Al lio que no estais aqui para leerme a mi si no UNA NUEVA AVENTURA, ejem, DE NUESTRO NINJA!!!
Después de pasarme tres semanas durmiendo, alguien llamó a mi puerta e interrumpió mi descanso. Era el muchacho de correos, que me traía un paquete. Muchacho al que, al pedirme propina, dije que diera gracias a Dios por seguir vivo, pues quien despierta a un ninja es como quien firma su sentencia de muerte. Pero con la racha que llevaba, a saber si el muchacho aquel, además de repartir cartas, no repartiría también bofetadas. Por eso, supongo que al cerrarle la puerta en las narices, entendió perfectamente que se iba a quedar sin propina.
Y qué había en el paquete: mi nuevo traje de ninja hecho a medida por el famoso modisto catalán Manolito López, dueño de la cadena de tiendas de moda López & López, todo un monstruo con las tijeras. Aunque tengo que reconocer que me hizo un traje de diseño, que más que un guerrero japonés parecía el muñequito de una tarta.
Sin embargo, lo más fashion de todo eran mis chanclas negras a juego con el traje, que me las había hecho el famoso zapatero Miguelito Gómez, dueño de la cadena de zapaterías Gómez & Gómez, que era el novio del modisto, y si no le compraba, aunque fuera unas chanclas, no me hacían el conjunto.
Qué mañana más estupenda. Supongo que para cualquier persona que se lleve tres semanas durmiendo, las mañanas son divinas. Aquélla era estupenda. Y qué es lo que hacen los ninjas al levantarse: mucho ejercicio, aunque los cordobeses, lo primero que hacemos es comernos una tostadita con un cafelito con leche, porque aunque uno sea un guerrero japonés, la tierra siempre tira.
Después de cuatro intensos minutos de derroche físico y corporal, en los que hice abdominales, lumbares, dorsales, bíceps, tríceps, aductores, y pectorales, me fumé un cigarrito para que se me abrieran los pulmones, y me fui a la nevera para sacar la más fría de las cervezas.
Sin embargo, no puedo negar que me asusté, pues al abrir la puerta, se me saltaron las lágrimas, y eso no me ocurría desde que le vi por primera vez el culo a la Jennifer López: eran unas guindillas que tenía al fresco, que según me había dicho la mujer de la verdulería, participaron en México en un concurso de guindillas picantes, concurso que se tuvo que suspender porque al catarlas fallecieron los quince miembros del jurado. Y no sólo se me saltaron las lágrimas, pues cuando las cogí por el rabillo para prepararme un bocadillo, se me pusieron los dedos en carne viva.
Saqué una barra de pan del congelador, la descongelé, y qué bocata me preparé, madre mía. Pensaba pasarme todo el día en el campo recibiendo la energía que los ninjas necesitamos coger de los pájaros, de las flores y de los árboles. Metí el bocata en una bolsa del Carrefour para que no se me llenara el bolsillo de aceite, pues a las guindillas les añadí dos latitas de atún y una de anchoas de Santoña, que son las mejores del mundo, o por lo menos eso dicen los de allí.
Pero mira por dónde, justo en la puerta de mi bloque, estaban trabajando los de la luz, y en una zanja de dos metros de alto por uno y medio de ancho que tenían allí abierta se había caído el pobre gitano que va de pueblo en pueblo con su cabra y su trompeta.
Y como los ninjas estamos las veinticuatro horas del día al servicio de los ciudadanos, mientras que los albañiles sacaban al hombre de la zanja, yo le agarré la cabra por una cuerda que tenía amarrada al pescuezo, para que no se le escapara al pobre gitano. Como bien decía el sabio filósofo nipón Chao Tí Jun: «Aiíto, awata atáo aitó», que significa: «Hoy por ti y mañana por mí».
Todo iba viento en popa, como dicen los montañeros, pero una vez que sacaron al hombre del agujero, pasó por delante de nosotros mi vecina la del segundo, esa que trabajaba de enfermera, y a quien, cuando se agachó para ver que al gitano no le había ocurrido nada, uno de los albañiles dijo: «Sí señor, eso es un culo, y no el de la Jennifer López».
Yo soy un gran amante de los animales y de las mujeres, pero lo que nunca iba a consentir era que un animal como el albañil aquel ofendiera a una tía delante de mis narices. Por eso, antes de comenzar a jugar al fútbol con su cara, me dispuse a avisarle de que los ninjas conocemos más de doscientas maneras de matar a una persona y veinticinco formas diferentes de endiñar un guantazo. Pero en ese mismo momento, le miré de reojo el culo a mi vecina la del segundo, y ¿a que no sabéis qué me ocurrió?: se me saltaron las lágrimas.
Aquel albañil tenía razón con lo de la Jennifer López. ¡Dios mío de mi alma, qué pedazo de culo! Con razón su marido tenía siempre la sonrisa que tenía, ¡qué culo!
A mí se me quitaron las ganas de matar a nadie; al gitano se le quitaron los dolores de la caída, y comenzó a hacer como el que se asfixia, por si la enfermera le hacía el boca a boca; a los albañiles se le quitaron las ganas de trabajar, y todo, simplemente por pensar que ese increíble pandero lo estaba tocando un tío de carne y hueso, o sea, que estaba al alcance de los humanos.
Sin embargo, a la que también se le saltaron las lágrimas fue a la cabra, aunque fue la única que no le miró el culo a mi vecina: aprovechando el descuido, se comió mi bocadillo de atún con anchoas y guindillas.
Qué digo las lágrimas, se le saltaron los ojos, le salió casi una cuarta de lengua, y luego se hizo sus necesidades encima, pero hasta que no se puso boca arriba y con las cuatro patas y el rabo tieso, no nos dimos cuenta de que había muerto en el acto.
El gitano comenzó a gritar: «Mi cabra, me ha matado mi cabra, el payo este me ha dejado sin mi cabra»; los albañiles seguían mirando el culo de mi vecina; y yo, comencé a rezar un padre nuestro, no por el alma del pobre animal, sino por la mía, pues aquello que sacó el gitano no era una navaja, era la espada de Conan. Con aquello podía rebanarle el cuello a un elefante. Y cuando ya me veía en el suelo y cortado a rodajitas, como un salchichón, los albañiles le dijeron al gitano que no me matara, y así fue.
No me mató, pero agarró la trompeta con una mano y con la otra me amarró la cuerda al pescuezo para que no me escapara. No se lo vais a creer, pero me tuve que pasar toda la mañana subiéndome en una silla cada vez que el gitano tocaba la dichosa trompeta, en sustitución de la cabra, la cabra, la difunta de la cabra.
Para colmo cuando llegue a mi bloque, a eso de las nueve de la noche, seguían los albañiles arreglando los cables de la luz. Tan pronto me vieron, comenzaron a descojonarse pensando en la cara que se me puso cuando vi la navaja del gitano, y eso es lo último que le pueden hacer a un guerrero japonés: nadie se ha reído de nosotros en los 3.000 años de historia que tenemos los ninjas, y el que lo ha hecho, está bajo tierra, pues sólo la muerte puede aplacar las ansias de venganza de un guerrero nipón.
Subí a mi piso a la velocidad de un rayo, y me puse mi traje de guerra, pero no cogí mi katana, ni las estrellitas de la muerte, ni las bolitas de acero, ni las chinchetas, ni las bombitas de humo, ni siquiera me guardé los luchakos en los calcetines: me puse unos guantes de goma y cogí tres guindillas para metérselas por el culo, una a cada uno de los tres albañiles aquellos.
Cuando bajé, empezaron a descojonarse otra vez, en esta ocasión, del diseño de mi nuevo traje, sin saber que iban a necesitar un cura para la extremaunción: al primero, le di una patada en los hocicos que me dejó las chanclas que me hizo el zapatero mariquita llenas de sangre, por lo que decidí meterle la guindilla por la boca, para que le escociera aún más; al segundo, le agarré las pelotas y se las retorcí hasta que comenzó a gritar como un cochino cuando lo están capando, y aprovechando que tenía la boca tan abierta como la de un hipopótamo cuando bosteza, le metí el brazo hasta el estómago, donde deposité la segunda de las guindillas; y al tercero, que me intentó golpear con una pala, ataque que esquivé, de una patada en el costado lo tumbé boca arriba, le quité la pala, le bajé los pantalones, le metí el mango por el culo y, al gritar, le introduje por la boca la tercera de las guindillas.
No fueron los de la Cruz Roja los que vinieron a llevárselos, si no los bomberos, pues echaban fuego.
Ya era hora de que ganara una pelea, coño. Por fin comenzaba a amortizar el dinero que me había costado el curso de guerrero ninja por correspondencia.
Lo que ocurrió a continuación fue que, mientras se llevaban a los tres albañiles, comenzaron a bajar vecinos del bloque, quejándose de que no tenían luz en sus casas, y diciendo que estaban a puntito de comenzar los mundiales de fútbol: lo malo no fue que se enteraran de que yo era el culpable de que los que estaban arreglando la luz del bloque estuvieran en el hospital, lo malo fue cuando se enteraron de que no sólo se perderían el partido de inauguración, sino que además se perderían el primer partido de España.
La cosa empezó con una bronca, continuó convirtiéndose en una sucesión de patadas en las espinillas y empujones, para terminar en un linchamiento.
Y la verdad es que los ninjas sabemos defendernos perfectamente de cien personas a la vez, pero claro, eran mis vecinos los que me estaban pegando una paliza de muerte porque los había dejado sin fútbol, y si los mataba a todos, a quién le iba a pedir una cebolla cuando me hiciera falta. Además, si yo quedara como el único vecino de mi bloque, tendría que ser el presidente de la comunidad, y eso es lo peor que le puede pasar a un guerrero japonés. Por eso dejé que calmaran su ira con tres de mis costillas, y en mis riñones, sobre todo.
Para colmo, España ganó tres a cero, y cada vez que me veía un vecino por la escalera, me daba tres guantazos, tres patadas, o me tiraba tres escupitajos, pero como bien decía Yan Tú Chin, que no es ningún filósofo, ni ningún maestro japonés, es el chino que quedó tercero en los cien metros libres de las olimpiadas del 78: «Oiá tam torokoto, tía to tá», que significa: «Quítale al pueblo la comida, pero no le quites el fútbol».
Por cierto, cuando llegué a casa, tiré todos mis discos de Louis Armstrong, pues no quería acordarme del gitano de la cabra cada vez que escuchase una trompeta.
Hasta la proxima

