Historia de un ninja

eljosele
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Re: Diario de un ninja

Mensaje por eljosele »

Muy bueno manuel.....me reio un cacho!!!!!
scrat

Re: Diario de un ninja

Mensaje por scrat »

(memeo) (memeo) (memeo) (bravo) (bravo)
que escojone mas bueno, fenomenal, esperamos mas historias del Ninja
duk2n
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Re: Diario de un ninja

Mensaje por duk2n »

Queremos más, queremos más (hurra)
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Guille
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Re: Diario de un ninja

Mensaje por Guille »

Ooooootra, oooooootra.
Buenísimo Tenitiveis [FACE WITH TEARS OF JOY]
Tenitiveis
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Historia de un ninja

Mensaje por Tenitiveis »

No sabeis lo que alegra que guste algo que compartes!! (feliz)
Gracias a todos! (ok)

Como dice ese viejo proverbio nipón, «lagarto que no toma el sol, lagarto que no se calienta», o para quien no sepa de qué estoy hablando, que si uno no sale a buscar trabajo, el trabajo no va a venir a buscarte a ti.
Sin embargo, mi popularidad era tan grande en mi bloque, y en mi barrio, que la gente venía a casa para que le solucionara sus problemas. Esto de ser un ninja comenzaba a resultar un chollo, porque no era precisamente para hacer piruetas ni demostraciones para lo que me buscaban.
Mi primer cliente (y el último hasta el momento) era un anciano, de unos ochenta años, que necesitaba de mis servicios para hacer un trabajito: quería que le diera una paliza de muerte a un individuo que le estaba molestando, y que según me informó, se llamaba Baldomero, tenía ochenta y siete años, le hacía trampas jugando al dominó y, además, se había acostado en repetidas ocasiones con una vieja a la que mi cliente llevaba dos años intentándose tirar. Claro, con un anciano de esa edad, yo no tendría ni para empezar, iba a ser el dinero más fácil de ganar en mi vida.
Porque de este tema no he hablado todavía, pero primero les hice saber a mis conciudadanos que yo era un ninja, una persona especialmente cualificada y seriamente preparada para defenderlos de los malhechores, para luego, por supuesto, vivir a costa de su confianza y de su buena fe: una cosa es ser un buen vecino y otra, ser gilipollas.
Por eso lo primero que hice con aquel viejo fue cobrarle diez euros a cuenta; la otra mitad de mis honorarios me la daría al entregarle la cabeza del tal Baldomero.
Cuando se marchó mi cliente, fui al armario y saqué mi traje, la capucha y la katana.
En esta ocasión no sería necesario llevar en el bolsillo ni las chinchetas, ni las bombitas de humo, ni las estrellitas de la muerte, ni las bolitas de acero, ni ninguna de esas cosas que normalmente llevamos los guerreros ninjas, pues me había comprado una riñonera negra, a juego con el traje, donde no sólo me cabían todos estos artilugios, sino que además me cabía el móvil, el mechero y el tabaco.
Una vez que me vestí, me fui nuevamente al balcón y me puse a insultar al Dios de la Mala Leche, como era habitual (y aprovechando que estaba de rodillas, con el trabajito que me costaba agacharme cuando me ponía el traje, me puse a rezarle también al Dios de la Chamba y la Suerte Fácil, pues había echado una primitiva, que como me tocara, se iba a cagar la perra).
Una vez realizado el ritual, como había anochecido, me dirigí hacia la calle con la cara tapada para que nadie me reconociera, por eso de que de noche todos los gatos son leopardos. Aunque la fama que había adquirido era tan enormemente grande que, hasta con el pasamontañas puesto, la gente me decía al pasar por su lado: «Animo Tenitiveis, que eres el más grande».
Cuando llegué al centro de la tercera edad, me subí a un árbol que había enfrente, por si veía a través de las ventanas al tal Baldomero, que ya iba oliendo a fiambre. Y qué es lo que me ocurrió: que al igual que a los gatos leopardos, comenzaron a ladrarme todos los perros del barrio, y yo sin querer llamar la atención.
En cinco minutos tenía debajo del árbol treinta y cuatro chuchos que no paraban de ladrarme y de ladrarme. Qué escándalo. Hasta que con la habilidad que nos caracteriza, con la destreza que nos distingue y con la velocidad con la que ejecutamos las emergencias los ninjas, se me pasó por la cabeza tirar una bombita de humo (de las que llevaba en mi nueva riñonera), y aprovechando la
nube, escaparme sin que me vieran.
Saqué la bombita, pero al tirarla tuve tan mala suerte que no explotó. Ni siquiera llegó a caer al suelo: una perrita marilin que allí había entre tanto canino, la cogió al vuelo y se la tragó sin masticarla siquiera. Bombita que le reventó dentro del estómago a la pobre perra aquella, que comenzó a echar humo por la boca, como si estuviera fumándose un puro habano de esos que miden una cuarta, y que además hizo que se le cayeran los moquillos y que se le saltaran dos lágrimas como dos permiles de pantalón.
Los demás perros, que cada vez estaban más mosqueados, ladraban como si el mundo se fuese a terminar, por lo que despertaron a todo el barrio. No habían pasado ni cinco minutos, cuando llegó una señora que dijo ser la dueña de la perrita. Y vio a su marilin que echaba humo hasta por las orejas. Razón por la que supongo que comenzó a lanzarme piedras, intentando derribarme del árbol, cosa que no consiguió, por supuesto, pues los ninjas tenemos unos reflejos extraordinarios, y esquivaba todas las que me tiraba.
Todas menos una, que me dio en la frente. Una piedra que pesaba casi un cuarto de kilo, y que fue precisamente la que me tiró al suelo, donde los perros comenzaron a darme mordiscos hasta en el carné de identidad.
Y si bien es verdad que los ninjas conocemos más de doscientas formas de matar a una persona y veinticinco maneras diferentes de endiñar un guantazo, tengo que reconocer que el día que nos enseñaban en la prestigiosa escuela GGG cómo quitarse treinta y tres perros enfurecidos de encima, no fui a clase, pues era Semana Santa y estaba con mis padres en Matalascañas.
Menos mal que la dueña de la marilin tuvo compasión de mí, y después de golpearme repetidamente con la misma piedra que me había hecho caer del árbol, me quitó a los perros de encima.
Fue al ver que estaba herido de muerte cuando me llevó hacia el centro de la tercera edad, donde me habría gustado que hubiera habido un notario para certificar que yo, Tenitiveis de club honda nc, el ninja, era el hombre que había batido el récord del mundo de mordiscos de perro en una misma noche, pues tenía los dientes de chucho marcados hasta en uno de los sobacos.
Una vez dentro, me tumbaron en un sofá que los viejos tenían allí para descansar cuando bailan pasodobles los domingos por la tarde, y perdí el conocimiento.
El conocimiento no fue lo único que perdí, pues cuando me desperté, descubrí que me habían robado la katana, las estrellitas de la muerte, las bolitas de acero y todas las cosas que llevaba en mi nueva riñonera, incluido el móvil, el tabaco y el mechero, los luchakos que siempre llevo en los calcetines, y la cartera con los diez euros que me había pagado mi cliente por adelantado. Aquello no era un centro de la tercera edad, aquello era una jaula de ladrones. Había allí más rateros que en un banco.
Pero lo malo no fue eso, lo malo fue que cuando desperté, tenía alrededor cuatro viejas que, aprovechando que estaba inconsciente, me estaban sobando la entrepierna. Y quién estaba apoyado en la mesa de billar, mirándole el culo a las cuatro: el Baldomero, la persona a la que buscaba para darle una paliza de muerte, por lo que con la habilidad que nos caracteriza, con la destreza que nos distingue y con la velocidad con la que ejecutamos las emergencias los ninjas, di un salto, me puse en pie y le dije: «Baldomero, voy a por ti, te voy a romper los huesos uno por uno, así que prepárate, bribón».
Y vaya si se preparó, pues mientras yo pronunciaba las Palabras Sagradas que siempre pronunciamos antes de matar a alguien «Aía tá tá Ari katán», que vienen a decir algo así como «te voy a reventar la cabeza», me dio con el bastón en los dientes, dejándome la boca que tendré que pasarme el resto de mi vida comiendo sopitas de sobre. Además, por si fuera poco, los catorce o quince viejos que allí había no paraban de animarlo para que siguiera endiñándome con el bastón, y el muy hijo de su madre, como le estaban mirando las cuatro viejas aquellas, encima me vacilaba, y cuando me iba a lanzar sobre su yugular, como sólo me quedaba un diente, cachondeándose de mí, me gritó: «Cuñaoooo».
Todos los viejos comenzaron a reírse, dejándome totalmente en ridículo, por lo que, sin compasión alguna, decidí dirigirme hacia el Baldomero de los cojones y romperle la cara a cabezazos... pero en ese momento, la perrita marilin ladró por última vez, pues no había parado de echar humo por la boca desde que se tragó la bombita.
Me habían dado docenas de mordiscos por todo el cuerpo, me habían robado hasta los calcetines y me habían roto los dientes, por lo que yo estaba más enfadado que el que se encontró a su mujer en la cama con el cuarto batallón de infantería al completo: pues más enfadada estaba la dueña de la perra cuando vio que su marilin se había ido al otro barrio.
Me acorralaron entre todos los viejos, que no sólo me dieron cientos de patadas en los riñones, sino que, además, me arrancaron a bastonazos el único diente que me quedaba. Sin embargo, no voy a contar qué es lo que hicieron con uno de esos bastones, pero ni los bocados de los perros que tomé de primero, ni la paliza que me dieron de segundo, me dolieron tanto como el postre: simplemente diré que tres semanas después, cuando me fui a tomar medidas para colocarme mi nueva dentadura, no pude sentarme en el sillón del dentista.

Hasta la semana que viene!!! (burla)
Última edición por Tenitiveis el 22 May 2014 20:15, editado 1 vez en total.
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havgan
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por havgan »

(bravo) (bravo) (bravo) (bravo) (bravo) (birra) (birra)
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por Number »

No puedo escribir... las lágrimas no me dejan ver el teclado

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duk2n
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por duk2n »

Hasta ahora creía que el ninja más desgraciado de la historia había sido el Tom Cruise

¡Dónde va ud a parar!
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Tenitiveis
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Historia de un ninja

Mensaje por Tenitiveis »

Pensabais que me habia olvidado?? (nomola) Pues no!!! Aqui tenemos la racion semanal del superheroe del foro!!! (hurra) (hurra)

Aquella mañana salí a la calle a comprar un trozo de carne, otro de tocino de cerdo, un hueso de rodilla de vaca y un choricito de Jabugo para hacerme una olla de garbanzos, porque bien es verdad que las sagradas leyes de la religión del Sol Naciente dicen que debemos comer pescado crudo, pero, como dije antes, una cosa es ser un guerrero ninja y otra es ser gilipollas: vamos, el mismo color de piel, y la misma cara de felicidad tiene un japonés que uno de Zaragoza (y eso es gracias a los garbanzos).
Cuando pisé la calle me di cuenta de que estaba cayendo agua como para pasarse tres meses sin regar las macetas: dos mil quinientos millones de litros por metro cuadrado, no había visto yo tanta agua en todos los días de mi vida... ¡Miento!, la verdad es que en una ocasión estuve en las Ramblas de Barcelona, para que un chino me hiciera un tatuaje en el brazo derecho, y también estaba lloviendo bastante, lo que ocurre es que esta historia me parece que ya os la he contado. Dejémoslo en que llovía.
Y lo cierto es que quienes hemos estudiado el arte del Tai Chi y conocemos la legendaria filosofía del Flin y del Flan, sabemos una serie de oraciones que, rezándoselas al Dios japonés del Divino Chaparrón, deja de llover automáticamente, como por arte de magia.

Lo que ocurre es que, por otra parte, ese agüita que estaba cayendo le iba a venir estupendamente a una maceta de hierbabuena que tenía en mi balcón, por lo que decidí continuar mi camino hacia el mercado, bajo aquel manto de agua.
Me estaba poniendo chorreando, y cuando ya estaba pensando en comprarme un traje de buzo de la que estaba cayendo, me tropecé con un niño, que tendría unos seis o siete años, y que estaba haciendo el capullo de char¬co en charco, con un paraguas de los Teletubbies.
Y mira que lo podía haber matado allí mismo, pues no sé si recordaréis que los ninjas conocemos más de doscientas formas de matar a una persona y veinticinco maneras diferentes de endiñar un guantazo, pero decidí perdonarle la vida, y de un manotazo le quité el paraguas, lo cogí por el pescuezo, y con la mirada de asesino que nos caracteriza a los guerreros japoneses cuando nos mosqueamos, le dije a aquel niñato que como le dijera a alguien que le había quitado el puto paraguas, le iba a meter la cabeza en un charco y hasta que no echara agua por el culo, no se la iba a sacar.
El pobre chaval se fue llorando como un alma en pena. Y más vale que no se chive, pues cuando los ninjas prometemos una cosa, la tenemos que cumplir.
Sin embargo, aunque ya no me mojaba, gracias al paraguas, comencé a estornudar: había cogido un resfriado tan grande que sería capaz de contagiárselo a un muerto. Y hablando del rey de Roma (que supongo que también murió), al ir a cruzar la carretera por un paso de cebra, pasó por delante de mí el coche de la funeraria con un pasajero que ya no volvería a fumar, por lo que se me vino a la cabeza ese viejo proverbio japonés que dice: «Aotá, tá tá, oía oío tató», que viene a significar que siempre habrá uno que esté más jodido que tú, por lo que me santigüé, y aunque el código de circulación dice que los peatones tenemos preferencia en los pasos de cebra, deje que pasara el coche con el difunto, por respeto, y porque me salía de los cojones.
A quien no estaba dispuesto a dejar que pasara fue a un loco que venía detrás, el cual aprovechó para acelerar y colarse, con su cuatro por cuatro, tras el coche de difuntos, sin respetar que en un paso de peatones tienen preferencia las cebras. Y además, lo hizo con tanta mala sangre que pisó un charco y no sólo me llenó de agua (cosa que me daba igual porque ya estaba empapado), sino que me puso de barro hasta los ojos.
Mi primera reacción fue la de tirarle al cuatro por cuatro el paraguas de los Teletubbies, y la segunda, fue
decirle: «Me cago en tu padre».
Y aunque, como acabo de decir, me puso de barro hasta los ojos, me tema que haber entrado en la boca también, así me habría callado, pues el coche pegó un frenazo que se dejó los neumáticos en el asfalto, y se bajó del asiento del conductor un tío vestido de luto y con un careto que rápidamente comprendí que su padre, en el cual me había cagado, era quien iba en el coche fúnebre con el pijama de madera.
El tío llevaba una camisa negra que desde el día que se la hizo los curas tuvieron que vestir de verde, pues tenía unas espaldas en las que cabían tranquilamente dos sacos de cemento: entre lo grande que era y que iba vestido de negro, si le pusieran un casco de vikingo y lo subieran a una montaña, la gente lo confundiría con el toro de Osborne. Qué grande era el hijo de su madre.
Lo malo no fue que esa mole de carne y músculos se dirigiera hacia mí, arremangándose la camisa, como el que iba a fregar los platos: peor fue que del cuatro por cuatro se bajaron otros tres tíos igual de grandes, que por las pintas que tenían seguro que eran los hermanos del conductor y los hijos del difunto, en el cual, vuelvo a repetirlo, en mala hora me había cagado.
Y que nadie piense que tenía miedo: me puse de ro¬dillas porque resbalé con el agua, y estaba temblando del frío que hacía.
Además, no tenía miedo, porque en segundo curso de ninja, estudié la forma de defenderme de más de una persona a la vez, y fue en cuarto y a puntito de licenciarme cuando aprendí a luchar en días de lluvia. Por eso no me pusieron ni una mano encima. Por eso y porque me puse a correr como si me hubiesen untado el culo con guindillas.
Aunque el hecho de huir como las gallinas no es que me avergüence, pues como dice el vigesimotercer mandamiento del libro oficial de los sabios del Japón: «O yo cotá, tá tá tá», que en español viene a decir: «Correr será de cobardes, pero una buena retirada a tiempo puede ser la mejor de las victorias».
Cómo corría. La ropa no sólo se me secó, incluso se me planchó de lo rápido que iba. Lo cierto es que no sé cuántos kilómetros me hice, pero tuve que coger dos autobuses para volver a mi casa.
Y después de asegurarme de que se habían ido los «Hombres de negro», cuando por fin fui a abrir la puerta de mi bloque, escuché la voz de un niño que gritaba, dejándose la garganta en cada una de sus palabras: «Papá, papá, ahí está el señor que me quitó mi paraguas de los Teletubbies».
el padre podía haber sido el panadero del barrio, que medía un metro sesenta, o el del videoclub, que era un viejo con más de setenta años. Pero no: el padre era el dueño del gimnasio, quien había ganado una vez un concurso en televisión porque volcó un camión lleno de adoquines con sus propios brazos.
Sin embargo, después de la carrera que me había metido entre pecho y espalda, no iba correr más en mi vida, primero, porque no me daba la gana, y segundo, porque tenía agujetas hasta en las uñas.
No tenía un problema, tenía un par de ellos, pues no sólo tendría que matar al dueño del gimnasio, el cual venía hacia mí con una cara que no sabría decir si se acababa de sacar una muela o es que estaba más mosqueado que al que le falta un número para el Gordo, sino que además, tendría que meterle al niño la cabeza en un charco y no sacársela hasta que no echara agua por el culo, pues le prometí que si se chivaba, lo haría.
Por eso tenía tan sólo tres segundos para decidir si primero mataba al padre ante la mirada atónita de su hijo, o si ahogaba al niño ante la atónita mirada de su padre.
Y para ganar tiempo, le dije al tío cachas aquel que me dejara subir a mi casa a ponerme el traje de ninja. Sin embargo, lo malo del dueño del gimnasio no era la fuerza que tenía, sino la poca paciencia, pues no me dejó subir a vestirme con mi uniforme de guerra. Es más, ni siquiera me dejó avisarle de que los guerreros nipones conocemos más de doscientas formas de matar a una persona y veinticinco maneras diferentes de endiñar un guantazo.
Comenzó a pegarme una piña detrás de otra, hasta que caí al suelo hecho un trapo: no lo maté allí mismo porque en Japón, tenemos que llevar la cara tapada cuando peleamos, que si no...
Por eso, con la habilidad que nos caracteriza, con la destreza que nos distingue y con la velocidad con la que ejecutamos las emergencias los ninjas, dejé que me rompiera tres costillas, que me descolgara el páncreas y que me pusiera los ojos morados, porque si no, hubiese ocurrido una tragedia.
En aquel momento comprendí mejor que nunca los consejos de mi tutor Chin Chao Tún, quien, aunque tenía nombre de comida china, era un viejo sabio, no por los proverbios que decía, sino porque los cobraba a cinco euros, y el tío estaba forrado. Y uno de esos consejos, venía a decir: «Amata taká takó, amata taká taká», que en cristiano significa que «quien se acuesta con niños termina meado». Menos mal que sólo le robé el paraguas, que si le llego a quitar un reloj de los Simpsons que llevaba puesto, el padre me habría arrancado las pelotas y me las habría metido por las orejas.

Hasta la semana que vieneeeeee (ok)
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por havgan »

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Alejandro
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por Alejandro »

(atuspies) (atuspies) (atuspies) (atuspies)
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por Matt »

(memeo) (memeo) (memeo) La filosofia del flin y el flan (memeo) (memeo) (memeo) .
Eres la ostia Teniveis ,que descojono ,con todos los capitulos me parto el eje.
(memeo) (memeo) (memeo) (jebimetal) (jebimetal) (jebimetal) (memeo) (memeo) (memeo)
Esperando el siguiente para cuando se me encajen las mandibulas....... :lol: :lol:
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Elnenbcn
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por Elnenbcn »

(memeo) (memeo) (memeo) (memeo) (memeo) (memeo) (memeo) (memeo)

Ese pedazo de Ninja, que no deje de explicar sus mil y una aventuras.

(hahaha) (hahaha) (hahaha) (hahaha) (hahaha) (hahaha) (hahaha) (hahaha)
DE MI QUERIDA INTEGRADISIMA A MI NUEVA TRIUMPHITA DANDO EL SALTO A MI QUERIDA NARANJITA
TANTAS CHUCHES COMO COLORES HAY EN EL UNIVERSO
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Historia de un ninja

Mensaje por Tenitiveis »

Y despues de jaca de verdad pensabais que las aventuras des superheroe de foro pasarian al olvido??
Nanai de la china, o como diria el...nanai del japon....

Tenía que descargar mi ira como fuera. Como fuera, o como fuese. Llevaba dos semanas acostado, recuperándome de mis heridas, pero la rabia que llevaba en mi interior me ardía de tal forma que no se apagaría por mucho que durmiera. Por mucho que durmiera o por mucho que durmiese.
Por eso me vestí de calle, me eché en el bolsillo cien euros, y me dispuse a ir a La Casa Rosa, que era una whiskería de mi barrio, donde había unas rusas que te quitaban el estrés y te apagaban el fuego interior en un abrir y cerrar de ojos (más bien, en un abrir y cerrar de piernas). Sin embargo, antes de llegar a mi destino se cruzó ante mí un grupo de japoneses, de los cuales, uno me hizo una fotografía.
La verdad es que los nipones fotografían hasta las piedras, pero algo me decía que ese falso turista era un espía oriental que me había reconocido, y cuando alguien reconoce a un ninja y le ve el rostro, sólo hay un camino que puede tomar: el camino de la muerte.
Pero claro, el japonés que me echó la foto no pesaba ni cuarenta kilos, y si le endiñaba un guantazo iba a desbaratarlo, pues parecía una chincheta, con ese cuerpo tan delgado que tenía y ese pedazo de cabeza, que no sé yo como podía mantener el equilibrio. Y qué es lo que hice: utilicé la técnica de la tortilla y le di la vuelta a la historia, y fui yo quien, después de doblar la esquina, comencé a perseguir al grupo de turistas nipones, hasta que el cabezón se apartó de sus compañeros para echarle una foto a un mojón de perro que había en la acera, tan grande, sin duda alguna, como para gastar un carrete entero: dudé por un momento si aquella caca sería de perro o de rinoceronte.
Y mientras El Chincheta fotografiaba aquel milagro de la naturaleza, me acerqué por detrás, sigilosamente, y después de dar el grito del «tigre enrabietado», le di un golpe seco en la nuca. Tras dejarlo en el suelo herido de muerte, le quité la cámara de fotos para deshacerme del carrete, y posteriormente, le quité la cartera, pues en el otro barrio no le haría falta el dinero para nada. Luego, con la habilidad que nos caracteriza, con la destreza que nos distingue y con la velocidad con la que ejecutamos las emergencias los ninjas, desaparecí del lugar de la agresión, y continué caminando hacia mi casa, como si no hubiera ocurrido nada.
Sin embargo, algo me decía que no estaba bien lo que acababa de hacer, pues el gran Chan Tú Chun, que era quien mejor hacía los rollitos de primavera en todo el barrio, me enseñó que por la espalda sólo atacan los cobardes y los mariquitas, por lo que yo tenía la cabeza llena de remordimientos de esos: los ninjas, no tenemos en nuestro vocabulario la palabra «cobardía», y yo de la acera de enfrente, no soy.
Tenía que hacer una buena acción, porque como dice ese viejo proverbio del país del sol naciente: «Atai tao, tai tá chin», que en español viene a ser: «el picor de una guindilla, se quita con un cacho de pan».
Y mira por donde, unos metros más allá estaba el camión del Butano, y junto a él, una ancianita intentando coger una bombona, como queriéndola meter en su portal, aunque sólo de acordarme de lo que me había ocurrido con los ancianos días atrás, me dolían todas las costillas. Juro por el Dios Nipón de Cabeza Gorda que me habría encantado que la bombona le reventara a la vieja entre las manos, pero era la oportunidad de ayudar al prójimo, de echarle una mano a esa pobre mujer, y así librar mi mente de remordimientos y malos rollos.
Y efectivamente, le eché una mano, aunque tenía que habérsela echado al cuello a la maldita vieja aquella, pues mientras que me ponía la bombona al hombro, salía de un portal de la acera de enfrente el repartidor del Butano, quien empezó a gritar: «Al ladrón, coger al ladrón, que me está robando una bombona».
En ese momento, la vieja comenzó a correr como si hubiese visto al lobo, por lo que deduje que me había querido utilizar para robar al butanero. Y allí estaba yo, con la bombona al hombro, con el cuerpo del delito encima de mí, y a puntito de ser linchado por aquel tío.
Aunque la verdad es que aquello no era un tío, aquello era un borrico muerto de hambre que se dirigía hacia mí. Borrico que tenía unos brazos en los que tranquilamente se podía tatuar el guernica a tamaño real.
Cuando lo tenía a un metro de mí, puse la bombona en el suelo, y él puso en la acera las tres que traía en cada mano. La verdad es que le hubiera dicho que conocía más de doscientas formas de matar a una persona y veinticinco maneras diferentes de endiñar un guantazo, simplemente para que tuviera cuidado conmigo, pero no le hizo falta que le avisara de que estaba a punto de morir: de la torta que me dio, me sacó una muela sin anestesia, y sin cobrarme los doscientos euros que cobra el hijo puta del dentista.
Sinceramente, me dio pena matarlo, pero ahora me arrepiento de no haberlo hecho, pues cuando me agarró del cuello con una de sus manos, y le dije que si hacía el favor de soltarme, estaba dispuesto a subir a mi casa para ponerme mi traje negro de ninja y así poder luchar como Dios manda, con dignidad y con gallardía.
Y bien cierto es que el butanero se acojonó al escuchar mis palabras, o por lo menos eso fue lo primero que pensé cuando me soltó el pescuezo. Aunque al decirme que me esperara, que si no me iba a partir la espalda, he de decir que con la habilidad que nos caracteriza, con la destreza que nos distingue y con la velocidad con la que ejecutamos las emergencias los ninjas, me esperé. Pero me esperé porque me dio la gana, pues a los guerreros nipones nadie nos tiene que decir qué es lo que tenemos que hacer.
Sin embargo, aquel tío los tenía bien puestos, porque en vez de acojonarse, lo que me dijo fue que no hacía falta que subiera a por mi traje de guerra, que él tenía un uniforme en el camión, así que deduje que estaba dispuesto a pelear conmigo.
Aquel inconsciente de ciento cincuenta kilos no sabía que yo tenía el curso GGG de Guerrero Ninja Japonés por correspondencia, curso en el que me enseñaron a luchar como una leona en celo, a trepar por los árboles como una mona borracha, me enseñaron a correr como una gacela con prisas y a saltar como un canguro con pulgas.
Pero no me enseñaron a repartir bombonas de butano, pues el uniforme que sacó del camión (el muy desgraciado) era naranja, y en vez de pelearse a muerte conmigo (el muy cobarde) me dijo que se me iban a quitar las ganas de robar bombonas.

Mira que yo pensaba que el hombre con más razón en el mundo era el maestro Ta Chin Lu, ése que después de meter los dedos en un enchufe confirmó que la corriente, además de alterna, podía ser peligrosa. Pero no: cuánta razón tema el butanero (el muy hijo de puta) cuando me dijo que se me iban a quitar las ganas de robar bombonas. De robarlas y de verlas, pues desde las once de la mañana hasta las diez de la noche que le entregué el uniforme naranja, tuve que repartir 194 bombonas de 13,7 kilos de peso.
Tenía que haber dejado que me rompiera la espalda, así no habría tenido que repartir tanto butano, porque para más inri, el hijo de su madre no me dejó ni que me quedara con las propinas.
Me dolía hasta la sombra, y tenía agujetas hasta en las cejas, por lo que decidí dirigirme a mi casa, resguardado en la oscuridad de la noche.
Oscuridad que de repente desapareció, pues alguien me deslumbró con el flash de su cámara de fotos: era El Chincheta, el japonés cabezón al cual dejé en el suelo herido de muerte. Ahora estaba arrepentido de no haberlo matado también, de no haberlo pisado como se pisa una colilla, pues un niño de dos años me habría tumbado en aquel momento de lo cansado que estaba. Sin embargo, aquel japonés era algo más que un niño y que un turista nipón: era el gran maestro Chun Jian Té, quien venía a España a dar una exhibición, peleándose amarrado de pies y manos contra quinientos karatekas al mismo tiempo.
En aquel momento yo tenía más problemas que un libro de física, y mira que sabía más de doscientas formas de matar a una persona y veinticinco maneras diferentes de endiñar un guantazo, pero lo malo fue que el cabezón aquel conocía más de doscientas formas de escabullirse de la muerte y más de veinticinco maneras de esquivar una torta, así que cuando me descuidé, comenzó a darme, primero del derecho y luego del revés.
Menos mal que los ninjas no conocemos el sufrimiento ni el dolor, además de que somos inmunes a la tortura, porque si no, cuando me tiró al suelo de una zancadilla y comenzó a pegarme patadas en los costados, habría gritado como una niña.
Cuando se cansó de patearme, me dijo: «Oitá, tsu wota tá tá», que viene a ser algo así como que la próxima vez, me iba a romper la boca.
Y mira que yo conozco, por lo menos, setenta y siete insultos en japonés. Sin embargo le dije: «Me voy a cagar en tu puñetera madre», y se lo dije en español, pues sólo me faltaba que me hubiera entendido, y me hubiese dado otra paliza.
Lo que no voy a negar es que se me pasó por la cabeza levantarme y matarle allí mismo, con mis propias manos, y sacarle los riñones para comérmelos al jerez, pero le perdoné la vida por segunda vez a aquel enano cabezón, y me fui a mi casa donde me tumbé nuevamente, boca arriba en la cama, y donde antes de quedarme sopa, dije en japonés: «Ay, ay, ay, yayay, ay, ay», que viene a significar algo así como que mañana mismo me pongo el gas ciudad, o me compro una cocina y un termo eléctrico, pero en mi casa no entra más una bombona de butano, como que me llamo Tenitiveis.
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Matt
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por Matt »

(memeo) (memeo) (memeo) (memeo) (memeo) 194 bombonas (memeo) (memeo) (memeo) (memeo)
Teniveis cada vez me descojono mas con las historias del Ninja loco y la destreza que le distingue (memeo) (memeo) (memeo) (jebimetal) (jebimetal) (jebimetal) (atuspies)
(atuspies) (atuspies) Espero leer pronto la siguiente para descojonarme un rato mas. :lol: :lol: :lol:
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Alejandro
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por Alejandro »

(aplauso) (aplauso) (aplauso) (aplauso) (aplauso)
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albertutxo
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por albertutxo »

No negaré que nuestro intrépido protagonista me está empezando a tocar la patatilla (pucheros) . Ahora mismo me voy a conectar a la web de GGG a ver si quedan plazas para la próxima edición del curso. Si no, me apunto a uno de Samur-¡¡ay!! (enfermeria)
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por Number »

albertutxo escribió:... Si no, me apunto a uno de Samur-¡¡ay!! (enfermeria)
Ese cual és??? el de enfermero que canta flamenco??? ...
Siempre habrá sitio para los buenos recuerdos. Integra 750 Bullet Grey.
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por albertutxo »

Hay que ver lo que está haciendo de rogar a nueva temporada de las desventuras de nuestor amigo el Ninja (pienso) ... (lloro)
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Tenitiveis
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Re: Historia de un ninja

Mensaje por Tenitiveis »

albertutxo escribió:Hay que ver lo que está haciendo de rogar a nueva temporada de las desventuras de nuestor amigo el Ninja (pienso) ... (lloro)
El caxoperro esta tirao en el sofá y dice que ya si acaso después me sigue contando.... [emoji16] [emoji16] [emoji16]

Pd- entre nosotros y que no se entere, yo pa mi que entre perro y que sigue de vacaciones....
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